La idea de crearse su propia bodega puede en principio asustar a cualquier lector, ya que si bien puede que sea aficionado a comer con vino o a tomar un jerez de aperitivo, jamás se le había pasado por la imaginación la idea de tener su propia bodega en casa. El tema no es tan descabellado como puede parecer, y desde luego puede ser un hobby fascinante. Es cierto, que salvo en muy especiales circunstancias, no obtendrá beneficios directos de su afición, pero a poco que su interés se desarrolle, hará rentable su hobby en dos aspectos; por un lado economizará un buen dinero al elegir con sabiduría lo más adecuado a sus gustos, y por otro si llega a comprar botellas en cantidades superiores a las que consuma, año a año verá crecer los precios de los vinos que con tanto cariño ha saboreado y guarda en su bodega.
La cultura del vino, y por supuesto su consumo, ha estado asociada a lo largo de la historia a los poderosos, a la aristocracia de la sangre o de las finanzas, pero en nuestros días es posible superar esas barreras que antaño clasificaban de forma tan radical; los ricos podían beber en cualquier momento; los pobres se iban a la taberna o bar más cercano cuando tenían sed y el pequeño burgués compraba su botella para la ocasión señalada. En la actualidad no es necesario haber nacido en noble cuna para acceder al placer de diferenciar, elegir, paladear y degustar un buen caldo. Es suficiente conocer una serie de normas mínimas que sirven para cualquier país del mundo, cualquier edad y, sobre todo, para sin caer en el esnobismo de los «entendidos», familiarizarse con esa maravillosa combinación de la naturaleza y el talento humano: el vino.
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